No se puede culpar a los niños que piensan que las clases de gramática son una estupidez. Como poco, tienen argumentos razonables para considerar que son un esnobismo. Al fin y al cabo esos niños han aprendido a hablar perfectamente sin necesidad de estudiar de antemano un montón de reglas que, encima, están plagadas de excepciones absurdas. Si además están estudiando más de un idioma se encontrarán con disparates como que el gerundio sirve para cosas distintas en cada lengua, y cosas así. Padres y maestros intentarán motivarles argumentando que así entenderán por qué se habla como se habla, y aprenderán a hacerlo bien, sin cometer los fallos habituales. Esta última parte, sin embargo, solo será convincente en la medida que el niño no se cuestione esa visión prescriptivista de que si habla de un modo distinto al de la mayoría, estarán hablando «mal», y mientras no caiga en la cuenta de lo incongruente que es que haya normas contrarias a «lo normal», es decir a lo habi...
Cualquier padre, toda madre se ha enfrentado a medias divertido, irritada y con genuino desconcierto al darse de cuenta de su ignorancia, a esas series recursivas de «¿y por qué» de sus hijos. Y es que los humanos tenemos una curiosidad innata por conocer cosas, y en particular por el motivo de que sean así y no de otro modo: sus causas, el porqué. Por cierto, que digo los humanos en general, no solo los niños; lo que suele cambiar más con el tiempo es nuestra conciencia sobre lo que saben los mayores y la tendencia a divertirnos con reacciones repetitivas. Aunque en fin, también es verdad que hay casos de auténtica estupidez y acomodamiento en la ignorancia, pero qué le vamos a hacer. Ya hablé de esto (sobre nuestra tendencia a preguntarnos la causa de las cosas, no sobre los mentecatos) cuando comentaba El libro del porqué de Judea Pearl hace unos meses: del papel que juega la imaginación en la visión del mundo; cómo la capacidad de imaginar mundos...