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Owen Barfield: el otro «tercer inkling»

Owen Barfield

Cuando se habla del club de escritores e intelectuales de Oxford conocido como los Inklings, los nombres más prominentes son sin duda los de C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien, los miembros más asiduos desde los inicios del grupo (de hecho Lewis solía ser el anfitrión de las reuniones de lectura y tertulia literaria), y también los que más fama han cosechado a lo largo de los años. Pero más allá de ellos dos, el protagonismo de los distintos integrantes del club es una cosa que ha ido fluctuando con el tiempo.

Charles Williams: «un accidente astronómico»

Charles Williams es otro de los nombres que se relaciona a menudo con el grupo. Se ha calificado como el «tercer inkling», y podría decirse que fue el primero que dio fama al club, aunque su paso por él fue tardío y tristemente corto. Williams ya tenía una célebre carrera como escritor y editor cuando se trasladó a Oxford en 1939 y comenzó a reunirse con Lewis y sus amigos. Dos años después dedicó su libro The Forgiveness of Sins a los Inklings, lo que (hasta donde soy capaz de rastrear) fue la primera mención abierta al público del club, aunque ya existía desde mucho tiempo atrás. Cuatro años más tarde Williams murió en una operación de estómago; pero esa trágica pérdida aumentó aun más la notoriedad de los Inklings fuera de sus círculos más cercanos, a raíz de su mención en los homenajes que se hiceron en memoria del escritor —entre los que está la antología de ensayos, organizada por Lewis y sus amigos, donde se publicó por primera vez la famosa disertación de Tolkien «Sobre los cuentos de hadas»—.

Así se creó una imagen de los Inklings como una variante del Círculo de Bloomsbury (el círculo de Virginia Woolf, su marido Leonard y otros cuantos artistas, filósofos e intelectuales de Cambridge y Londres), pero en versión oxoniense y conservadora, con el cristianismo como bandera frente al ateismo de los de Bloomsbury, y con el difunto Charles Williams como uno de sus miembros destacados e influyentes.

Portada de la biografía de los Inklings
Portada de la biografía de los Inklings que muestra a C. S. Lewis, J. R. R. Tolkien y Charles Williams como las tres figuras principales.

Esto pareció molestar bastante a sus integrantes, tal como contó John Rateliff en un artículo de Mythlore sobre el tema. El diario del hermano de Lewis muestra, en una entrada de 1966, su enfado por el hecho de que se hablase de los Inklings como si fuese un grupo organizado, con mente de grupo y la propagación del cristianismo como meta. Y por las mismas fechas la editorial Eerdmans se interesó en los Inklings para su colección de libros sobre «Escritores contemporáneos en perspectiva cristiana», comenzando por uno sobre Charles Williams, y continuando con Tolkien (a Lewis también le dedicaron uno varios años después).

Tolkien, por aquel entonces volcado en el intento de concluir El Silmarillion, respondió a la editorial manifestando su firme desaprobación a la propuesta, que consideró una «impertinencia prematura», y se mostró también reticente a valorar el recientemente publicado sobre Williams:

pues él fue, se podría decir, un cometa aparecido de la nada, que pasó por el pequeño y «provincial» sistema solar de Oxford, y partió otra vez a lo desconocido. (…) Su conexión con los Inklings fue de hecho un accidente astronómico que no tuvo ningún efecto en su obra, y probablemente tampoco en otros miembros salvo Lewis. Ciertamente no en mí.

J. R. R. Tolkien en una carta a la Editorial Eerdmans (9 de marzo de 1966)

Owen Barfield y Dicción poética

Lo cierto es que al menos en lo que a él respecta, Tolkien tenía razón. Entre la mucha gente ilustrada en Tolkien que conozco, el nombre de Charles Williams es poco más que una anécdota. Si tuviera que escoger un «tercer inkling» y miembro más influyente tanto en Tolkien como en Lewis, por la cantidad de veces que he leído y oído sobre él en artículos, libros y conversaciones, este sería más bien Owen Barfield, que es el verdadero protagonista de esta entrada.

Me interesaba relatar el caso de Charles Williams para introducir el de Owen Barfield, sin embargo, porque a juzgar por las circunstancias Barfield era un miembro tan improbable como Williams o más para interpretar el papel que le atribuyo, y por las mismas razones. La etiqueta que se suele asignar a Barfield de «primer y último inkling» es engañosa, pues vivía en Londres (igual que Williams antes de 1939) y no acudía mucho a las reuniones del club. Y aunque ambos trabaron una fuerte amistad y conexión intelectual con Lewis, sus extravagancias espirituales no eran para nada del agrado de Tolkien: a Williams le atraía profundamente el ocultismo (Tolkien lo llamaba sarcásticamente «el doctor brujo»), y Barfield era fiel seguidor de la antroposofía, una escuela esotérica en aquellos tiempos bastante popular, y que aún hoy tiene bastantes seguidores.

Pero es precisamente un aspecto derivado de esta rareza de Barfield lo que le ha valido su puesto entre los aficionados a Tolkien y Lewis. Incluso algunas de las ediciones actuales de su obra más famosa, Poetic Diction, se promocionan en la cubierta como «el texto seminal que inspiró a Tolkien y a C. S. Lewis».

Portada de Poetic Diction

El asunto en cuestión es la teoría de Barfield sobre la «unidad original» y la «fragmentación» de la semántica del lenguaje y la conciencia. Es una idea que aparece descrita en muchos sitios y de distintas maneras, y que no me detendré a desgranar aquí. Baste como aproximación, para hacerse una idea somera, lo que Elwin Ransom dice a McPhee en un pasaje de Esa horrible fortaleza (la última novela de la trilogía cósmica que escribió C. S. Lewis). McPhee, exhibiendo su irritante espíritu analítico, comenta lo inapropiado que es llamar amistad al sentimiento experimentado por Pinch (una gata) y el señor Bultitude (un oso), y busca una descripción más precisa del instinto animal que les lleva a ese comportamiento, a lo que Ransom le responde:

Pienso que McPhee introduce en la vida animal una distinción que no existe y después trata de determinar sobre qué lado de esa distinción caen los sentimientos de Pinch y Bultitude. Hay que volverse humano antes de que los anhelos físicos sean distinguibles de los afectos, así como hay que volverse espiritual antes de que los afectos sean distinguibles de la caridad. Lo que ocurre con la gata y el oso no es una u otra de las dos cosas; es una sola cosa indiferenciada en la que se puede descubrir el germen de lo que llamamos amistad y de lo que llamamos necesidad física. Pero no es ninguna de las dos a ese nivel. Es una de las «antiguas unidades» de Barfield.

Lewis mantenía una estrecha amistad con Barfield, lo admiraba abiertamente y es fácil encontrar otras menciones a su obra, y también referencias indirectas a esta teoría suya, en ensayos, cartas y algún que otro poema. Tolkien no hablaba tanto de él, pero también hay evidencias de simpatía por sus ideas, bien conocidas sobre todo gracias a Verlyn Flieger a través de artículos varios, y especialmente por su libro Splintered Light: Logos and Language in Tolkien’s World (que por cierto publicó originalmente la misma editorial Eerdmans que comentaba arriba).

Hay unas cuantas menciones explícitas de Tolkien hacia Barfield y sus ideas —aunque no muchas—. Una de las más conocidas es una carta que envió a su editor sobre El hobbit, recién publicado, en la que con tono humilde quitaba importancia al fundamento filológico del libro. El comentario era sobre el pasaje en el que Bilbo queda anonadado por el esplendor del tesoro de la Montaña Solitaria, aquel en el que decía: «No hay palabras que alcancen a expresar ese asombro abrumador desde que los hombres cambiaron el lenguaje que aprendieron de los elfos, en los días en que el mundo entero era maravilloso». Tolkien describió aquello como «una extraña manera mitológica de referirse a la filosofía lingüística, y un punto que (felizmente) será pasado por alto por cualquiera que no haya leído a Barfield (pocos lo han hecho), y probablemente por los que sí lo leyeron».

También es conocida otra carta, aunque esta no era de Tolkien sino de Lewis, en la que este le contaba a Barfield:

Te gustará saber que cuando Tolkien cenó conmigo la otra noche me contó, a propósito de algo completamente distinto, que tu idea de la antigua unidad semántica ha cambiado su perspectiva por completo, y que siempre le hace detenerse a tiempo cuando está a punto de decir ciertas cosas en sus lecciones. «Es algo de eso» —me dijo— «que una vez has visto hay todo tipo de cosas que ya no puedes volver a decir»

(Carta citada en The Inklings, por Humphrey Carpenter.)

Y otra mención directa sobre Barfield, menos conocida ya que se publicó mucho después que el libro de Verly Flieger, está en el ensayo de Tolkien sobre el simbolismo fonético, en el que decía que las palabras que se consideran poéticas probablemente lo son porque aún se siente una conexión entre la forma y el contenido, y añadió la referencia entre paréntesis «(cf. Barfield)».


Tres comentarios sueltos sobre un autor del momento pueden no parecer mucho, pero en el caso de Tolkien, que era muy suyo y solía recelar de lo que hacían sus pares contemporáneos, son algo significativo. Y que uno de esos comentarios incluyese la afirmación de que la idea de otra persona «cambió su perspectiva por completo» es algo del todo insólito refiriéndose a él, aunque quizás pueda pensarse que Lewis —que fue quien relató la anécdota a Barfield— estuviera adornando un poco la historia para complacer a su amigo.

Además están, por supuesto, las muchas alusiones implícitas a esas mismas ideas, que se pueden leer entre líneas en «Sobre los cuentos de hadas», el poema Mitopoeia, y hasta en sus narraciones, señaladas por Flieger a lo largo de su libro y de las que muchos otros nos hemos hecho eco comentando las teorías lingüísticas de Tolkien.

Los Inklings no eran un grupo formal, no existió nunca una lista cerrada de miembros y mucho menos una jerarquía así que, en definitiva, dar más o menos importancia a unos u otros es algo cargado de mucha subjetividad. Owen Barfield era un caso límite: una cara poco frecuentada —excepto para C. S. Lewis— pero bien reconocida, y a la luz de lo comentado aquí, una de las más influyentes en sus compañeros. Así que, dentro de toda esa subjetividad, bien merece su puesto entre los miembros destacados del club.

Lo más interesante, sin embargo, es lo que dejo para el próximo artículo, en el que hablaré no tanto de las ideas comunes sino más bien de los detalles que las diferencian. Y es que si algo debería enseñarnos el caso de Charles Williams es que hay que ser cautelosos a la hora de valorar las influencias entre los Inklings, preguntarnos siempre si algunas podrían no ser más que el resultado de una interpretación sesgada de sus escritos, y en el caso de las reales, qué matices les dio cada uno desde su propia visión de las cosas.

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