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La vida en el siglo XIX

No es cierto que todos los hombres piensen continuamente en el Imperio Romano, como se puso de moda decir hace un año a través de vídeos de TikTok. A mí, al menos, la época que me viene recurrentemente a la cabeza es el siglo XIX. No sabría explicar bien el motivo de mi fascinación por ese periodo. Puede que en parte sea porque es una de las épocas sobre las que mi visión ha cambiado más a lo largo de los años; o puede que sea al revés, y esté confundiendo la causa con el efecto; no lo sé.

Aunque los recuerdos de este tipo suelen ser muy distorsionados, diría que una de las primeras cosas con las que asocié el siglo XIX de forma consciente fue con la Revolución Industrial, posiblemente por las clases de historia en el colegio. Y por eso una de las imágenes mentales más persistentes que recuerdo tener al pensar en ese siglo son representaciones dickensianas (antes de saber nada sobre Charles Dickens, creo), de damas con faldas con miriñaque y sombrillas, paseando junto a caballeros con levita y sombrero de copa, cerca de fábricas que explotan a mayores y niños mugrientos y llenos de hollín.

Ilustración de las calles de Londres en el siglo XIX
Ilustración del siglo XIX por Thomas Nast (1840-1902). Fuente: LoC's Public Domain Archive

Creo que hubiera seguido con una visión tan estrecha mucho tiempo más si no hubiera sido por Bill Bryson, cuya Breve historia de casi todo me enseñó a fijarme en el contexto histórico y en las vidas de las personas que han protagonizado los grandes logros de la humanidad. Y también hizo mucho el interés que con el tiempo fui cultivando por la historia de la ciencia lingüística, para la que el siglo XIX fue un periodo crucial. Así, progresivamente me he ido dando cuenta de las tantísimas otras cosas, tan importantes para mí, a las que aquel siglo dio un escenario temporal: las maravillosas novelas de Julio Verne y Robert Louis Stevenson, las formulaciones del electromagnetismo y la mecánica estadística, los ballets de Tchaikovsky, los cuentos de los Hermanos Grimm… Tantas cosas y tan distintas que es increíble que tuvieran lugar en solo cien años.

Y siendo cierto que más vertiginoso y emocionante aún ha sido el siglo XX, en mi sesgadísima y muy discutible opinión los más grandes avances del mismo, salvo Internet, no han sido sino la cosecha de lo que se sembró en el siglo anterior; y el precio de dos Guerras Mundiales entre otros desastres hacen desmerecer mucho el balance. Ya veremos qué nos depara el XXI; por ahora con la música no vamos bien.

Valga esta confesión sobre mi extraña pasión por el siglo XIX, para explicar por qué me fascinó tanto encontrar un día el canal de YouTube Life in the 1800s, que recoge vídeos cortos con grabaciones y clips de audio antiguos, de gente que vivió en aquellos años contando sus vivencias. Algunos de esos vídeos me han causado una profunda impresión, por varias razones que van más allá del asombro de poder oír a gente hablando en primera persona de cosas que yo solo había visto en películas históricas o de indios y vaqueros, o escuchar y ver en persona a figuras como Sigmund Freud y Thomas Edison.

Una de las razones fue ese choque que produce darte cuenta que no hace tanto tiempo que pasaron aquellas cosas: unas pocas generaciones, que suelen suponer una distancia psicológica considerable, pero al verlas a través de estos medios «modernos» cobran una viveza que nunca habían tenido para mí hasta ahora. Pero además, hay cosas que invitan a pensar mucho.

Como muestra, tengo que decir que me impactó especialmente el fragmento de una entrevista al filósofo Bertrand Russell, que hablaba de cómo se veían las cosas en su infancia, y particularmente a través de la visión de su abuelo, que había formado parte del Parlamento Británico desde comienzos del siglo XIX, y llegó a Primer Ministro. Esa percepción del mundo, como decía Russell, propia de los años inmediatamente posteriores a la Revolución Francesa. (¡Imagina, alguien a quien su abuelo le cuenta batallas de la Revolución Francesa, y te lo cuenta él por la tele!)

Es maravilloso, y a la vez desolador, escuchar a Russell hablar de aquel «mundo sólido, en el que todo tipo de cosas que han desaparecido parecía que durarían para siempre». La ilusión por el triunfo de la civilización, de que la democracia y la libertad conquistada en Francia se extendería por el mundo, como se extendió en Inglaterra a través de las reformas impulsadas por su abuelo, como pensaban que acabaría instaurándose en la Alemania de Bismarck gracias a la influencia de intelectuales como Goethe. «Habría un progreso ordenado por todo el mundo. (…) Eso era lo que se asumía»… y los nietos de esas personas siendo partícipes las dos Guerras Mundiales. Triste, y también sobrecogedor cuando uno piensa en nuestros días.

También es triste, por otro lado, pensar que con la tecnología que tenemos sea posible preservar de una forma tan directa la memoria de hace dos siglos, pero a la vez sea (relativamente) muy poca gente la que vayamos a verla u oírla, porque la misma tecnología nos inunda de tal manera con constantes reels, shorts y memes de contenido intrascendente (y demasiado a menudo tóxico) que poca gente tendrá ocasión de enriquecerse con joyas como esas.

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