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Wright, Tolkien y Sweet

Joseph Wright, J.R.R. Tolkien y Henry Sweet

La etapa de estudiante de Tolkien en Oxford comenzó de forma poco prometedora. Desatendió sus estudios de los clásicos «en favor del nórdico antiguo, las festividades y la filología», lo que le costó unas notas de segunda categoría en los exámenes intermedios (los llamados Honour Moderations).

Sin embargo, Tolkien tenía un don especial como filólogo: una extraordinaria perspicacia que le permitía entender el lenguaje y los textos antiguos con «una riqueza y concreción de detalles que le distinguían de todos los demás filólogos».

Además, durante su carrera como profesor luchó como ningún otro por «cerrar la antigua brecha entre “literatura” y “filología” en los estudios de Inglés en Oxford». «Su visión única y simultánea del lenguaje de la poesía y de la poesía del lenguaje le capacitaron para esa tarea.»

Estos son tres curiosos detalles de la nota biográfica que sirvió de obituario de J. R. R. Tolkien en The Times (escrita, según afirmaron las personas cercanas, por su amigo C. S. Lewis muchos años antes). Tres detalles que muestran a un Tolkien que sentía un amor por la filología que no solo era intenso, sino también singularmente vivo y amplio, de una forma muy distinta a lo que era común en su terreno profesional. Pero son además tres cosas que lo aproximan al inefable Henry Sweet, uno de los personajes más excéntricos, brillantes e interesantes que tuvo Oxford a caballo entre los siglos XIX y XX, al que quiero rendir homenaje hoy.

Se podría decir que Henry Sweet fue, en cierto modo, el contrapunto a Joseph Wright, el célebre profesor de Tolkien del que hablé en la entrada que precede a esta, aunque en este caso su influencia sobre Tolkien no es tan conocida; ni siquiera muy reconocida en general.

Es cierto que sus libros no dejaron una huella tan memorable en Tolkien como la gramática del gótico de Wright, aunque desde luego fueron un elemento clave en su formación como filólogo, pues Sweet fue el autor de algunos de los principales libros de texto utilizados por los estudiantes de inglés antiguo —y aún hoy son una referencia importante en la materia—. Tolkien tampoco tuvo ocasión de ser instruido directamente por Sweet como ocurrió con Wright, ya que aquel murió el mismo curso en el que Tolkien ingresó en la universidad (concretamente en abril de 1912). Pero su forma de abordar el estudio del lenguaje resuena en las actitudes y planteamientos que Tolkien mantuvo a lo largo de su carrera, como decía antes. Veamos, pues, los detalles de esas tres coincidencias.

El profesor Henry Sweet
El profesor Henry Sweet

Los estudiantes negligentes

Su pasión por la filología les jugó una mala pasada a ambos en su época de estudiantes, aunque el resultado fue bastante más desastroso para el infortunado Sweet que para Tolkien. Ambos estudiaron en Oxford, en una época en la que se esperaba que los estudiantes de letras comenzaran mostrando su dominio de «los Grandes», es decir los autores clásicos, griegos y romanos, pero sus intereses personales les llevaron a dedicar su atención a otras cosas. En el caso de Henry Sweet, la distracción fue la investigación del inglés antiguo y sus dialectos; un hobby en el que resultó ser tremendamente productivo, y le convirtió en el autor de imporantísimos trabajos mientras aún estaba estudiando. Pero eso no lo ayudó en los exámenes, que pasó tarde y mal, con notas de cuarta categoría (la más baja posible).

Los entretenimientos filológicos de Tolkien fueron más variados y exóticos: las lenguas y mitologías de Escandinavia, Finlandia, y las inventadas por él mismo, pero amenazaron a sus estudios de forma parecida, aunque atribulado por sus resultados mediocres tras los Honour Moderations, supo remontar mejor que Sweet. En parte fue gracias a su diligencia: Tolkien, igual que Joseph Wright, tenía unos orígenes humildes y tuvo que abrirse paso en la vida a base de duro trabajo. No se ha publicado mucho sobre la familia de Henry Sweet, pero su gran amigo Henry Cecil Wylde, editor de sus trabajos póstumos (y que por cierto fue el predecesor de Tolkien en la cátedra de Lengua y Literatura), comentaba en un artículo de homenaje a Sweet que era hijo de un famoso abogado, por lo que probablemente tuvo una juventud más acomodada, y menos reparos a la hora de permitirse ciertas licencias en sus estudios.

Sin embargo, la clave para que Tolkien pudiese terminar exitosamente su carrera fue, sobre todo, que pasados los Honour Moderations reorientó sus estudios a la filología, que era donde realmente brillaba. Si Sweet no hizo lo mismo no fue por desinterés, sino porque sencillamente no tuvo esa oportunidad: en su época de estudiante ni siquiera existía una facultad en Oxford para organizar los estudios que cursó Tolkien de lengua y literatura inglesa. De hecho, fue precisamente la generación de profesores a la que pertenecían Sweet y Wright la que creó esos planes de estudios que salvarían la carrera de Tolkien.

Dentro del lenguaje

Tanto Sweet como Tolkien estaban dotados de una perspicacia especial para los asuntos lingüísticos. «Él había estado dentro del lenguaje», dijo C. S. Lewis de Tolkien en la nota necrológica que comentaba antes. Y esta cualidad les dio un punto de rebeldes e iconoclastas, dentro de su extraordinaria erudición.

De Tolkien es especialmente conocido su rompedor análisis sobre el poema Beowulf que hizo en el famoso ensayo «Beowulf: los monstruos y los críticos», que dio la vuelta a la forma de ver y analizar aquella obra; con él hizo ver al mundo la importancia del poema como poema, dejando al margen los asuntos que hasta entonces eran el centro de atención de los que lo estudiaban: los detalles históricos, arqueológicos, folclóricos o incluso filológicos.

Henry Sweet, por su parte, tuvo una compleja relación con la filología de los neogramáticos, de la que también hablé en el post anterior a este. Era diez años mayor que Joseph Wright, a quien precedió como estudiante entre los Junggrammatiker de la Universidad de Heidelberg, y al igual que él volvió al Reino Unido enamorado de su deslumbrantes métodos. De hecho él fue uno de los primeros heraldos de los neogramáticos entre los ingleses. Pero así como Wright se mantuvo fiel a los métodos de la escuela alemana y los empleó para labrarse una exitosa carrera universitaria, Sweet, con el carácter inconformista y quijotesco del que solía hacer gala, adoptó una actitud mucho más inquisitiva y crítica.

Su inicial fervor hacia los métodos de los neogramáticos se fue apagando según estos fueron ganando terreno en las universidades inglesas, y sus afrentas con la academia fueron acumulándose. Al final acabó despotricando agriamente contra el «carácter acartonado» de la filología alemana, dedicada casi en exclusiva a la búsqueda de leyes fonéticas que se acumulaban con infinitas complicaciones, espléndidas como fuente de artículos y tesis doctorales, pero con escaso valor para aprender o entender algo sobre la lengua y la literatura.

La extraordinaria sagacidad y el profundo conocimiento de Sweet sobre el lenguaje fueron expresados de forma muy elocuente por Charles Wrenn, amigo de Tolkien y sucesor suyo en la cátedra de Anglosajón de Oxford (la que abandonó Tolkien cuando tomó la de Lengua y Literatura que mencioné antes). Wrenn fue elegido en 1946 presidente de la Philological Society (cargo que también había ostentado el propio Sweet), y con ocasión de su nombramiento escribió un homenaje a Henry Sweet, en el que ensalzaba su especial genio y agudeza lingüística —y también su problemática autoexigencia—, comparándolo con con Joseph Wright, del que decía:

Tenía un toque de genialidad para la enseñanza oral —como también lo tenía Sweet (aunque solo tuvo oportunidades privadas para mostrarlo hacia el final de su vida)—. Pero en sus publicaciones Wright no tenía pretensiones de originalidad o creatividad, ni tenía el conocimiento vivo de las lenguas. Sweet conocía sus idiomas (véase su asombrosa hazaña de trasladar Beowulf a prosa en inglés antiguo); al mismo tiempo que no era capaz de hacer lo que a veces hacía Wright: indagar filológicamente en lenguas que no conociese de verdad.

 

Renovando los estudios de la lengua y la literatura

Harto de la forma en la que se practicaba la filología, llegado un punto Henry Sweet dejó de lado sus investigaciones sobre el inglés antiguo con las que tanto prestigio había ganado, y se dedicó en cuerpo y alma a diseñar una nueva forma de estudiar las lenguas. Una de sus obras más influyentes, The Practical Study of Languages: A Guide for Teachers and Learners, es todo un manifiesto de su filosofía: en él fomentaba el aprendizaje de las lenguas, antiguas y modernas, a través de su uso en contextos reales, en lugar de mediante gramáticas y vocabularios, y dando una importancia especial a la expresión oral, con la fonética como principio fundamental.

Sorprendentemente, a pesar del gran servicio que prestó a los estudios lingüísticos, Sweet no hizo carrera en la Universidad, y no solo por su nefasto currículo como estudiante. Con su característico temperamento indómito, no esperó a tener una posición segura como Tolkien para criticar y desafiar los métodos y programas universitarios, y en parte por esos enfrentamientos, jamás alcanzó un puesto con peso político en la Universidad de Oxford. Fracasó en todas las oportunidades que tuvo de conseguirlo, la última y definitiva cuando Friedrich Max Müller dejó vacante la cátedra de filología comparada en 1900: aunque muchos daban por sentado que Sweet sería el sucesor, su candidatura acabó desestimada, en favor de nadie menos que Joseph Wright.

El único honor que consiguió de la Universidad, como una especie de premio de consolación, fue un puesto de profesor (reader) de fonética, la disciplina en la que volcó su conocimiento tras su fase de anglosajonista. La pasión que dedicó a esa labor de fonetista, junto con el carácter cínico y agrio que creció en él tras tantas frustraciones profesionales, sirvieron de inspiración al dramaturgo George Bernard Shaw, gran amigo de Sweet, para el inolvidable personaje de Henry Higgins en su obra de teatro Pygmalion, de la que décadas más tardes derivaría el famoso musical My Fair Lady.

Fragmento de la película My Fair Lady, en el que el profesor Henry Higgins hace alarde de su maestría como fonetista.

Pero a pesar de todo, Sweet era un tipo que se hacía oir en la Universidad, y sus ideales y argumentos tuvieron mucha presencia en el proyecto fundacional de la Facultad de Lengua y Literatura Inglesa, que nació en la última decada del siglo XIX. Lo que Sweet proponía era una escuela con auténtico carácter inglés, alejada de la «filología parásita» de los alemanes (y eso fue mucho antes de la Gran Guerra, tras la que ese tipo de argumentos germanófobos se extendió también por motivos políticos); una escuela que integrase el estudio de todas las lenguas con alguna conexión directa con el inglés, abordando tanto las conexiones entre las lenguas como entre su literatura a lo largo de los tiempos.

Desafortunadamente, ese proyecto inicial no tardó en derivar a un modelo distinto, en el que la lengua y la literatura acabaron como líneas de estudio separadas, y hasta enfrentadas entre sí. Tal como se puede leer en la historia escrita por Richard Palmer sobre la Facultad de Inglés de Oxford (The Rise of English Studies), cuando esta se fundó el carácter de sus estudios estaba muy marcado por los aspectos puramente lingüísticos en los que trabajaban especialistas como Joseph Wright, y los estudiantes con el talante de Tolkien, que se deleitasen en ese tipo de lecciones, eran la excepción.

De hecho, a la mayoría de estudiantes se les atragantaba el estudio de la lingüística histórica, y lo que deseaban era profundizar en aspectos literarios, que los profesores con los que se fundó la facultad no lograban transmitir satisfactoriamente. Así que para mitigar el fracaso a la hora de atraer alumnos y evitar el cierre de la Facultad, primero se creó una cátedra específica de literatura inglesa (en 1904), y finalmente (en 1908) se bifurcaron los estudios de cada una de las subdisciplinas (las famosas Lang. y Lit.), para mayor comodidad de los profesores especializados en distintas materias.

Joseph Wright y Sir Walter Alexander Raleigh
Joseph Wright (catedrático de Filología Comparada, a la izquierda) y Sir Walter A. Raleigh (catedrático de Literatura Inglesa, a la derecha), eran ilustres exponentes de las facciones de Lang. y Lit., respectivamente, en la universidad de Oxford en los tiempos en los que estuvo estudiando J. .R. R. Tolkien.

Con ese programa cursó Tolkien sus estudios, siendo uno de los pocos que se decantaron por la línea de Lang., pero lamentando profundamente la separación de Lit. Y aunque la confrontación entre las dos subdisciplinas no llegó a desaparecer del todo, fue gracias al mismo Tolkien que, como contaba Lewis, años más tarde se remodelaron los planes de estudio acercando de nuevo la lengua y la filología.

En la Universidad de Leeds, donde tuvo su primer trabajo como profesor en un joven y pequeño departamento de lengua inglesa, Tolkien tuvo la oportunidad de experimentar con la confección de programas de estudios, con los que triunfó entre profesores y alumnos. Con esa experiencia, cuando se hizo cargo de la cátedra de Anglosajón en Oxford, se dispuso a hacer lo mismo, aunque en este caso se enfrentaba a una institución mucho más grande y con una tradición más difícil de cambiar. Aun así, comenzó una campaña por unificar los estudios de Lang. y Lit. que, finalmente, dio sus frutos en 1931, con una reforma que reestructuró el plan de estudios por periodos históricos, uniendo los aspectos lingüísticos y literarios de cada periodo.

La más brillante de las estrellas

Si Henry Sweet hubiera vivido unos pocos años más, es casi seguro que Tolkien habría acabado conociéndolo personalmente, y entablando una relación… ¿de qué tipo? Dada su afinidad en intereses, talentos y puntos de vista, es probable que sus encuentros hubiesen trascendido los breves intercambios en el aula entre profesor y alumno, aunque es complicado imaginar hasta dónde.

Difícilmente habría llegado al nivel de la relación que mantuvo con Joseph Wright, una personalidad importante y carismática de la Universidad, que fue un apoyo fundamental en los comienzos de la carrera de Tolkien y con quien hizo una duradera amistad. Sweet, por otro lado, tenía fama de ser un tipo brillante pero con el que no resultaba fácil congeniar, con un carácter muy distante de lo que sugería su apellido.

Aunque la comparación parezca forzada, hay una historia en la mitología imaginada por Tolkien que se me antoja apropiada para la situación. El Silmarillion cuenta la tragedia de Fëanor, el más grande y sabio de los elfos de todos los tiempos, que en los Días Antiguos del mundo forjó los silmarils, unas joyas sin igual que contenían la luz más espléndida y sagrada que ha existido jamás. El orgullo y la arrogancia de este magnífico señor de los elfos, sin embargo, le condujo a la pérdida de sus preciados silmarils, al destierro de las Tierras Bendecidas y a la ruina suya y de todo su pueblo.

Tal como recordaba Charles Wrenn en el discurso en honor a Sweet que mencioné antes, cuando este murió fueron escasas —aunque distinguidas— las personalidades que le rindieron homenajes escritos, pero los pocos que se publicaron coincidían en la gran pérdida que suponía la desaparición de aquel hombre inigualable. Dos de esos artículos, comentaba Wrenn, «decían que el sol había dejado de ser visible en el mundo filológico, dejando únicamente un crepúsculo incierto».

Asimismo en la Tierra Media hubo largos años de oscuridad tras el robo de los silmarils y la caída de Fëanor. Pero finalmente uno de ellos se recuperó, y acabó elevándose en el atardecer como la estrella de Eärendil, la luz de Venus en la mitología de Tolkien, que representa un símbolo de esperanza para los pueblos de la Tierra Media.

Teide a la luz de Venus, por José Jiménez.
Fuente: Wikimedia Commons (CC BY 2.0).

Da la casualidad de que la historia de Eärendil comenzó a forjarse en 1913, muy poco después de la muerte de Henry Sweet, cuando Tolkien, según relataba él mismo, comenzaba a estudiar el inglés antiguo (la materia con la que Sweet comenzó su carrera) de manera profesional, y se encontró con un poema en el que se mencionaba el misterioso nombre de Éarendel, que capturó su interés y su imaginación. Una casualidad hermosamente poética, que invita a pensar en Tolkien como el inesperado mensajero que contribuyó a rescatar un ideal de la filología y a elevarlo en la oscuridad del crepúsculo dejado por sus antecesores.

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