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William Labov

William Labov durante la recepción de su Doctorado Honoris Causa en la UPF; fuente:https://www.flickr.com/photos/universitatpompeufabra/7368169778

El pasado 17 de diciembre falleció a los 97 años William Labov. Muchos podrán preguntarse quién era este personaje, pues tuvo una vida discreta, que nunca acaparó grandes titulares. Pero William Labov fue una de las grandes figuras de la lingüística en las últimas décadas, y bien se merece un homenaje.

A William Labov se le rinde honor por ser el «padre de la sociolingüística» y el máximo exponente de esta disciplina en el siglo XX y lo que llevamos del XXI. Pero su papel en el estudio del lenguaje va mucho más allá de haber dado protagonismo a una variante de la investigación lingüística con un prefijo más, como ocurre con la neurolingüística o la psicolingüística. Aunque no sea algo que se suele destacar, una de las grandes contribuciones de Labov ha sido conciliar los estudios lingüísticos modernos con la filología, rompiendo con una larga tradición de esnobismo académico que ha mantenido las dos disciplinas enfrentadas.

Esto es algo que no se reconoce mucho. Labov incluso ha sido señalado como un referente de los lingüistas que desprecian a los filólogos, a cuenta de afirmaciones suyas como aquella de que «la filología es el arte de hacer el mejor uso de datos malos» —lo cual, dicho sea de paso, me parece apresurado tildar como desdeñoso—. Sin duda, una de las cosas que han caracterizado los trabajos de William Labov es su énfasis en conseguir datos abundantes y de calidad sobre el uso cotidiano del lenguaje (principalmente en inglés), empleando todos los recursos que la tecnología ponía a su disposición, y la meticulosa aplicación de técnicas estadísticas para sacar toda la información posible de esos datos. Pero hay una cosa que separa mucho la finalidad y la forma en las que usó esas herramientas, de cómo lo han hecho la mayoría de lingüistas teóricos desde la segunda mitad del siglo XX.

Labov desobedeció la máxima del «divide y vencerás» en la que generalmente se refugian los lingüistas para garantizar el éxito de sus proyectos. Cuando uno lee los estudios modernos sobre el lenguaje, a menudo parece que los elementos más abstractos de gramática son todo lo que debería importar. Todo lo demás: los sonidos, los cambios sufridos a través de la historia, son simples «parámetros», variaciones superficiales que no dicen nada sobre nuestra maravillosa mente lingüística; y mejor dejarlos al margen, pues ya fueron retorcidos por pasadas generaciones de lingüistas y filólogos hasta la saciedad, solo para acabar en atolladeros de los que no supieron salir. Pero Labov dedicó toda su vida a continuar ese rumbo, a comprender los desafíos pasados, y tratar de superarlos en lugar de mirar para otro lado.

La obra más conocida de William Labov es su «trilogía» de Principles of Linguistic Change, que compendia varias décadas de investigación dedicada a averigüar por qué y cómo cambian las lenguas. No cómo han cambiado comparando sus formas actuales con las del pasado que hay registradas en textos antiguos, sino cómo están cambiando hoy, observando y analizado la lengua viva en distintas poblaciones, comparando el habla de distintas generaciones en distintos momentos, y buscando las relaciones entre esos cambios y las diferencias regionales, étnicas, económicas, culturales e incluso de género dentro de una misma sociedad. Incluso teniendo en cuenta que la mayoría de estudios hasta la fecha están limitados a rasgos concretos con muy poca variedad lingüística (en particular, a los cambios de los sonidos vocálicos en inglés), la empresa es formidable, y más formidable aún es el hecho de que no se limite a un análisis sincrónico para describir el presente, que parecería lo más aconsejable.

El trabajo de Labov se nutre de los datos del presente, con los que es posible diseñar experimentos que no se podrían hacer con estadios pasados del lenguaje, pero su ambición fue siempre explicar toda su historia (asumiendo el principio uniformista de que los procesos de cambio lingüístico son hoy semejantes a los que siempre han existido). De este modo Labov tendió un sólido puente con el proyecto de los neogramáticos de hace más de cien años, cuyos méritos reconoció y reivindicó con firmeza —a pesar de lo que esto pudiera escandalizar a sus pares—.

Los hallazgos de los estudios promovidos por Labov y los que han seguido su camino proporcionan un conocimiento sobre cosas fascinantes, de esas que podrían dar lugar a entretenidas conversaciones sobre la forma de las lenguas y su relación con la naturaleza humana, si acaso hubiese algún divulgador capaz de transmitir las ideas más allá de los especialistas, como el Steven Pinker que tienen las teorías de la gramática generativa. Sería maravilloso, y completaría la labor que el mismo Labov inició, de ampliar los horizontes de los lingüistas, sacándolos de la biblioteca y los laboratorios para trabajar con el lenguaje vivo y cambiante. Pues como él dijo:

Diría que el origen de la dificultad no son los problemas que han desconcertado y confundido a los investigadores durante siglos: es la posición estructural de los investigadores mismos lo que hace que la explicación no esté al alcance de su vista. Parte del problema está en los propios puntos fuertes de los lingüistas: el don para la abstracción y la generalización, el conocimiento de la literatura, el talento para la expresión y la preeminencia entre sus compañeros. De esta situación paradójica podemos extraer una conclusión de considerable importancia: es difícil entender el mundo cuando uno se eleva por encima de él.

Principles of Linguistic Change, Vol. 2: Social Factors, p. xvi.

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